sábado, 19 de mayo de 2012

Shame: desnudos ante el sexo


La película Shame (2011), del británico Steve McQueen, cuenta la historia de Brandon (Michael Fassbender), adicto al sexo y con una incapacidad afectiva casi absoluta. Una historia impactante, no por el tema sino por la manera como se nos presenta; muy bien narrada y bien interpretada; explicada desde dentro, como si el espectador fuera un mirón invadiendo la intimidad del protagonista; aparentemente esteticista si no se es suficientemente atento: los espacios, los decorados, los silencios, la música: el Bach de Glenn Gould, o el New York, New York cadencioso, cantado por la hermana de Brandon, Sissy (Carey Mulligan), con una alta carga erótica, que es, al mismo tiempo, la languidez posterior al orgasmo masculino y el orgasmo femenino sostenido. Todos los elementos compositivos ayudan a perfilar la narración y a dibujar a Brandon sobre un tapiz que lo resalta, por si su sola presencia física no fuera suficiente. Porque, Shame, por encima de todo, es la historia de un cuerpo [1].

Nada es gratuito. McQueen sabe de qué habla y lo expresa perfectamente. Busca el contraste. La visión abyecta que puede tener el sexo compulsivo, la suciedad que se le atribuye, aparecen sobre un decorado a menudo aséptico y, además, en un personaje que es atractivo, con un buen trabajo y con dinero, pero que necesita satisfacer sus necesidades y sus pulsiones varias veces al día, ya sea en compañía (a menudo de prostitutas) o en solitario. Brandon vive atrapado en la prisión de su cuerpo y de su mente con una cotidianidad que resulta impactante.

Esta cotidianidad se ve trastornada por el inicio de una relación con Marianne (Nicole Beharie), que servirá para demostrar la imposibilidad de Brandon para comprometerse afectivamente, y por la llegada de su hermana Sissy, una chica frágil, inestable, que arrastra fracasos sentimentales, carente de afecto, y que busca en su hermano calor, comprensión y complicidad, pero que estorba la libertad de Brandon.

La relación entre los dos hermanos es de los aspectos mejor logrados de la película. Todo lo que sabemos de ellos dos se dibuja a través de dos escenas con dos cortos diálogos, filmados magistralmente de espaldas a los protagonistas. McQueen nos roba la posibilidad de leer las expresiones de la cara y los ojos, pero nos ofrece la máxima intensidad posible de la dureza de esta relación.

Una película tan intensa –casi nada se nos oculta a nuestra mirada– y a la vez tan desprovista de elementos que nos permitan caminar sobre el abismo que la historia abre bajo nuestros pies, da para infinidad de interpretaciones y especulaciones dependiendo de los escalones que se esté dispuesto a bajar camino del infierno.

Shame es una película dura, no tanto por la adicción sino por la forma brutal de exponerla. Las veces que el cine ha tratado el tema lo ha hecho desde el punto de vista de la necesidad de buscar compañeros sexuales para satisfacer la pulsión sexual. En Shame esta adicción se nos muestra desnuda, y nunca mejor dicho: Brandon pasea su cuerpo desnudo duchándose, orinando o masturbándose con la naturalidad de quien se cree a salvo de las miradas ajenas. Pero la desnudez física de Brandon va más allá de la desnudez física: es la desnudez psicológica y la exposición de la debilidad, de la fragilidad. Se nos muestra la parte más privada de esta adicción: la masturbación compulsiva. Y es aquí donde reside la dureza (no es un chiste fácil) de la película: en la soledad de Brandon estamos representados todos, sea cual sea la relación que cada uno de nosotros tiene con el sexo (con su sexo): no hay grados de adicción, el de cada uno es absoluto, de ahí que resulte fácil la empatía o el asco.

La relación entre los dos hermanos no está relacionada con la adicción en sí. El incesto está latente, aunque parte de la crítica quiera evitarlo convirtiendo a la hermana en el polo de atracción simbólico que pretende enderezar la conducta de Brandon. Son dos tesis que no se excluyen. Si no se incide de forma explícita es porque no es necesario. Si la adicción y la incapacidad de relacionarse afectivamente definen a Brandon, a la hermana la define la dependencia afectiva. Si la historia mostrara la relación incestuosa descubriríamos que el resultado es el mismo que con cualquier otra relación: la incapacidad de Brandon para cubrir las necesidades afectivas de la pareja, básicamente por un problema de empatía. Que esta pareja sea la hermana o cualquier otra mujer no tiene mayor importancia, por lo que el director se centra en los afectos que mejor puede asimilar la mayoría de los espectadores. El incesto habría añadido demasiado ruido a los problemas personales de los dos hermanos. No habríamos visto la adicción, sino el incesto porque socialmente resulta mucho más impactante. Es probable que las carencias de los dos hermanos tengan el mismo origen (familiar y afectivo), de ahí que el encuentro sexual entre ellos dos fuera posible en el pasado. El incesto, cuando no es forzado, es siempre un refugio.

Brandon no soporta la presencia de su hermana, como no es capaz de soporta una pareja más o menos estable porque la adicción al sexo necesita algo más que la pura satisfacción. Necesita la novedad constante. Y a falta de novedad, resulta mucho más satisfactoria la masturbación (mentalmente se puede introducir cualquier fantasía que la haga más atractiva). Sissy es lo conocido, demasiado conocido, que, además, le pide una atención, un tiempo que él necesita para complacer su pulsión, mientras que las putas, el material porno o las fantasías no se les acabará nunca. La escena del club gay es una muestra de todo ello: sexo fácil, inmediato, sin transacciones de ningún tipo y variado. Que sea con hombres no tiene ninguna importancia: la adicción al sexo sólo reconoce la satisfacción de la pulsión.

La película es dura por la forma descarnada de exponer la adicción. Pero para el espectador sin un mínimo de sensibilidad, de comprensión o de conocimiento del mundo, la película habrá resultado inquietante.

Termino con el vídeo de la versión de New York, New York cantada por Carey Mulligan. No perdamos ningún detalle del juego de miradas de los tres personajes. En el plano final, en los ojos de Brandon se puede leer lo que él sabe que está perdiendo.


[1] Con posterioridad a la publicación de este apunte, he leído la crónica de Aarón Rodríguez Serrano, doctor de la Facultad de Artes y Comunicación de la Universidad Europea de Madrid, “Shame: Lo real del cuerpo”, en el blog El séptimo sello. Un magnífico artículo que gira alrededor, precisamente, de cómo el cuerpo se articula como protagonista absoluto de la pulsión, de la adicción y de la narración.

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