lunes, 4 de junio de 2012

El sonido del silencio


El lenguaje es una de las características que nos define como seres humanos. Lo es desde el punto de vista lingüístico, pero no exclusivamente. La música lo es, también. Aunque no tengamos formación musical, nos podemos dejar llevar por el diálogo de las notas, los acordes, la armonía. Algo hay dentro de nosotros que nos permite decodificar los sonidos de forma sensible. Lo son también las matemáticas, el lenguaje que permite la abstracción de la realidad reduciéndola a la belleza de un símbolo o de una fórmula.

El contacto, el estudio, la necesidad, la voluntad nos permiten el aprendizaje. Lo que no está tan claro es cómo se aprende que el silencio es también un lenguaje. Porque lo es. Del mismo modo que la negación de la realidad te lleva a otra realidad, las ausencias, las elipsis y la falta de palabras (orales o no) nos construyen igual que poniendo nombre a las cosas, los conceptos, a las imágenes. Sin embargo, es necesario un mundo referencial que permita identificar un mensaje en el silencio entendido coma falta de sonido. Un sordo de nacimiento no tiene marco referencial, por lo tanto, su silencio está vacío de contenido.

Seguramente no somos conscientes del silencio hasta que alguien nos lo hace evidente. Pienso en la infancia, y en su copia en negativo que es la adolescencia, cuando el sonido de las tardes de verano era el polvo moviéndose entre las rendijas de luz de las persianas bajadas, cuando cabeza y cuerpo se sumergían dentro del silencio del agua de la alberca, cuando el sonido de la lectura era el silencio absoluto de todo lo que estaba fuera del libro, cuando el nombre del hijo era aquel sonido que nunca pronunció el padre, cuando el silencio de la madre era la expresión del amor, cuando el silencio de la noche era el tic-tac del reloj de pared, y la piel desnuda era el sonido del cuerpo y el fuego ardía mudo, cuando el paso del tiempo era el sonido de un tren y del viento.

Tystnaden (El silencio, 1963)

En el paraíso nada es evidente. Hay que ser expulsado de él para captar de qué estamos hechos. Y es estrictamente necesario ser expulsado y saber con qué tenemos que cargar. Es necesario que se haga el silencio para escuchar el significado de las palabras que hemos oído, sin tener que renunciar a nada.

Así lo entendí de Bergman cuando aún no sabía nada del silencio que nos rodeaba. Catorce, quince, dieciséis años? No lo recuerdo. Pero en ningún silencio he oído tantas palabras como en el cine de Bergman. Especialmente en El silencio (1963), donde se nos obliga a construir el mundo de los protagonistas a partir de ese silencio, que tiene mucho de incapacidad infantil para expresar la realidad y los sentimientos. Bergman era como ver pasar la vida desde la ventana de un tren en lugar de ver pasar los trenes desde la vida. Bergman es inquietante, pero dejas de estar solo. Una vez más, el arte salva. La alternativa no puede ser ni el cielo ni el infierno porque son la misma cosa.

Jungfrukällan (El manantial de la doncella, 1960)

En Persona (1966) Bergman nos enseña como lo que empieza siendo una pérdida del habla por estrés de una actriz que estaba representando Electra se convierte en el elemento que permitirá la construcción de los personajes: la actriz y la enfermera que la cuida. Una relación de simbiosis y vampirización que se produce por la falta de lenguaje de una y la necesidad de construir en el vacío por parte de la enfermera. Un juego de realidad y representación que se corresponde con la propia voluntad manipuladora del director: crea "realidad" más allá de lo que nosotros podamos pensar y creer. Es el efecto contrario de las películas mudas, donde la realidad debe ser representada gestualmente por los actores porque que el gesto (y la expresión) es el lenguaje. El expresionismo tilizó esta técnica para ir más allá y convertir la expresión en la forma de representar lo que se esconde tras la realidad aparente.

No he visto The artist (2011), la película muda de Michel Hazanavicius, pero difícilmente tendrá nada que ver con el cine mudo, con el silencio y con el expresionismo porque la película nace como objeto amputado de los recursos habituales del cine sonoro y sin ninguna posibilidad de ser expresionista porque bastante riesgos corre siendo muda y en blanco y negro.

La que sí es una gran película donde el silencio nos cuenta la historia y construye los personajes es Nothing personal (2009), de Urszula Antoniak. En este caso, el silencio es la manera como la protagonista borra su pasado y comienza de nuevo. Estaría cerca de Persona, pero lejos de El silencio: el adulto escoge, el niño que entra en la adolescencia, no.

No soy muy estricto en cuanto al lenguaje cinematográfico: al final, me conformo con una buena historia que esté bien contada y bien interpretada, que no es poco. Pero agradezco cuando alguien recuerda que una película está hecha de imágenes; cuando alguien nos recuerda que el lenguaje cinematográfico es visual; que quien "escribe" la película es la mirada del director con la cámara. Los diálogos no lo son todo. Es el objetivo el que nos lleva al conocimiento, quien explica, no una voz en off. Hablo del placer de ir descubriendo el mundo y el alma, a través de los ojos de quien nos cuenta la historia. En Nothing personal es la directora quien cuenta la historia, los actores la viven.

Disfrutamos de la historia no como un elemento más del decorado, sino con la curiosidad del voyeur que ha sido invitado a mirar por un agujero y ver lo que sólo pertenece a la intimidad de los protagonistas. La música es casi imperceptible, no es invasiva. Sólo unos tonos que no condicionan nada el desarrollo de la historia. La realidad que nos rodea, percibida, recreada, imaginada, no está musicada.

Y en el silencio, nos queda el gesto, que fue antes que la palabra. La palabra es la constante lucha por conseguir interpretar el gesto. Incapaces de crear (que es el "verbo" del sustantivo "gesto") el mundo a nuestra imagen, unos inventaron los dioses y otros, las palabras.

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